NOTA: Leido en el segundo ciclo de conferencias del departamento de
Filosofía: Filosofía y Arte, Arte y Filosofía, Universidad Autónoma
del Estado de Morelos. Viernes 7 de Noviembre, 2008
II
CAJAS
Hemos usado hasta aquí varias metáforas para referirnos a las copias en su relación con el original. Ahora quiero introducir una nueva manera de hablar de la copia, algo igualmente visual y cotidiano: las cajas. En esta sociedad de consumo –donde el paquete es el que vende el producto y la marca distingue a lo genérico– las usamos para todo. La caja es un contenedor para guardar; lo que sea que se guarde en su interior tendrá, sin embargo, la característica de ser información. Pero ésta no sólo se encuentra al interior de la caja, pues el exterior puede transparentar, publicitar, anunciar, referir a lo que contiene. Las cajas pueden ser de muchas formas y materiales, en una acepción general pueden ser cualquier cosa que contenga información, como un archivero o una carpeta, una vaina, una cáscara de grano, de nuez o de huevo, pero han de tener un exterior y un interior: son contenedor que protege, guarda y oculta, pero también sugiere, insinúa y amplifica su contenido.
La metamorfosis de la caja idiota en inteligente nos ha revelado la dimensión mitológica de la caja mágica que no es ni sólo Pandora ni totalmente Panacea, sino –como la vida misma–, un río revuelto y vigoroso en cuya corriente nos podemos ahogar o salvar. La caja de Pandora contenía todo lo malo, y el cuerno de la abundancia la Panacea de todo lo bueno y fértil. Los griegos imaginaron el bien y el mal, cada uno circunscrito dentro de una caja; en cuanto mero recipiente, el contenedor guarda pasivamente el contenido, pero también lo guarda activamente, como fuerza contenedora que evita su propagación y su desordenado derramamiento. A Pandora hay que saber mantenerla cerrada mediante un ejercicio de contención de la curiosidad, mientras que al cuerno de la abundancia, como a la lámpara de Aladino, hay que saber abrirlos y saber también qué pedir. En ambos casos el peligro es el mismo: la tentación desordenada que da pié al exceso. El peligro en la era de la información sigue siendo el exceso: en este diluvio se ahogan los curiosos y los ávidos, descendientes de Pandora y Midas, y se salvan los que se contienen: la caja como modelo de virtud; el decoro que mantiene la forma, porque la forma, (“lo formoso”) es fondo.
La teoría de las copias, según Platón, podría verse, desde la metáfora de la caja, como un universo de Matrioshkas, las muñequitas rusas que caben una adentro de la otra. Contenedor de contenedor de contenedor, donde cada uno es contenido de contenido de contenido. Como decía más arriba, cuando el contenedor se convierte en contenido, el medio se transforma en mensaje. Todo se vuelve información, y toda información requiere entregarse en un paquete. Información sin paquete se la lleva el viento. Eso es la cámara obscura sin los químicos fotosensibles para registrar la imagen, o sin el pintor que haga un cuadro con ella. Eso son las imágenes que surcan la superficie de un espejo y desaparecen sin dejar huella, como las sombras proyectadas en la caverna platónica. Todo es información para la mente, pero nada se registra si no viene en un paquete, como un Gestalt visual, como el sonido en la palabra, como la palabra con sentido. A la información hay que ponerla en una carpeta, en un archivo, en una caja para que tenga sentido y sirva. Una vez formado, todo paquete de información entra en la cadena del universo Matrioshka. Para el escalafón inmediato superior, el paquete es información, mientras que para el inmediato inferior la información es paquete. El contenedor es contenido y el contenido contenedor dentro de esta cadena universal de la información, del Geist según Hegel, o de lo divino según Robert Fludd y la tradición esotérico cristiana.
Según la versión platónica, la teoría de las copias es una escalera descendente con ese solo sentido: las copias se multiplican y empobrecen conforme se van alejando del punto de origen, el Topos Uranos, donde residen los originales o moldes de los objetos, cosas y seres que pueblan nuestra realidad. Acá abajo, o acá adentro, si hablamos de la caverna, estamos sujetos a la intermediación de nuestro aparato perceptivo, de la retina y la cámara interna del ojo, de la subjetividad y el punto de vista propio, de nuestra perspectiva en el tiempo y el espacio, de nuestras representaciones mentales y gráficas, de la tecnología y de las ideologías que nos dominan. Todo esto es a la vez cristales que transparentan, y lentes que distorsionan y se interponen entre nosotros y el original. Ante el caleidoscopio de lo real, la filosofía tiene la tarea de ayudarnos a recuperar las unidades que subyacen en lo múltiple, para así poder ascender la escalera del conocimiento mediante la recuperación de la memoria, (anamnesis) y el ejercicio de la razón. A partir de lo particular debemos concebir lo general, de las partes, imaginar “los todos” a los que pertenecen, y de la belleza particular alcanzar la contemplación de la forma absoluta de la belleza. La lección que Diotima de Mantineia le da a Sócrates es que no sólo mediante la razón podemos acceder a lo general desde lo particular; también podemos hacerlo a través de la contemplación de lo bello. “ Aquel que al ascender bajo la influencia del verdadero amor comienza a percibir la belleza, no esta lejos del final. Y el verdadero orden de proceder, o de ser guiado por otro, a las cosas del amor, es comenzar con las bellezas de la tierra y ascender hacia arriba en aras de aquella otra belleza, usando éstas sólo como escalones, y de uno ir a dos, y de dos a todas las formas bellas, y de las formas bellas a las prácticas bellas, y de éstas a las nociones bellas, hasta que de las nociones bellas llegue a la idea de la belleza absoluta, hasta que al final sepa lo que es la esencia de la belleza.”[1] El ascenso del Eros hacia la contemplación de la forma absoluta del amor es el trayecto que todo ser racional debe recorrer en la teoría del conocimiento; contraponiéndose al descenso o pérdida de claridad, calidad e información que implica el proceso de copiado, se encuentra la construcción o armado que completa las partes, llena los huecos e imagina el todo donde sólo hay pistas, indicios, datos desarreglados. Puesto que éste es el destino del hombre racional, su sombra o alter ego, las copias, son castigadas como el camino falso y la dirección equivocada. Un grabado de Robert Fludd muestra estos dos caminos, el descendiente y el ascendente; la involución de Dios a la materia, y la evolución de la materia en vida, conciencia, inteligencia, espíritu, de regreso a Dios.
[1] Platón, Simposio, 211, traducción de B. Jowett al inglés, mi traducción al español. Random House, New York 1937
No hay comentarios:
Publicar un comentario