abril 20, 2009

TEORIA DE LAS COPIAS -PARTE II-

NOTA: Leido en el segundo ciclo de conferencias del departamento de
Filos
ofía: Filosofía y Arte, Arte y Filosofía, Universidad Autónoma
del Estado de Morelos. Viernes 7 de Noviembre, 2008


II

CAJAS

Hemos usado hasta aquí varias metáforas para referirnos a las copias en su relación con el original. Ahora quiero introducir una nueva manera de hablar de la copia, algo igualmente visual y cotidiano: las cajas. En esta sociedad de consumo –donde el paquete es el que vende el producto y la marca distingue a lo genérico– las usamos para todo. La caja es un contenedor para guardar; lo que sea que se guarde en su interior tendrá, sin embargo, la característica de ser información. Pero ésta no sólo se encuentra al interior de la caja, pues el exterior puede transparentar, publicitar, anunciar, referir a lo que contiene. Las cajas pueden ser de muchas formas y materiales, en una acepción general pueden ser cualquier cosa que contenga información, como un archivero o una carpeta, una vaina, una cáscara de grano, de nuez o de huevo, pero han de tener un exterior y un interior: son contenedor que protege, guarda y oculta, pero también sugiere, insinúa y amplifica su contenido.

Como los seres humanos, las cajas son introvertidas o extrovertidas, su sentido está en cuidar y proteger o en anunciar y mostrar. Su vocación está en su interior, como portadoras de contenido valioso, o en su exterior, como la cara que revela y propaga lo que dice que lleva en su interior. Cuanto más valioso sea el contenido menos visible será la caja: cajas fuertes, cofres, tesoros enterrados, la “black box” o caja negra –que traen los aviones en quién sabe qué lugar– fueron hechas para ser inadvertidas y proteger su cargamento. Las cajas que presumen en su exterior su interior pueden incluso carecer de él, desde los regalos que cubren y a la vez sugieren coquetamente, las cajas labradas que son por sí solas un tesoro sin necesitar un contenido, hasta la paquetería de los objetos que compramos en el supermercado y que gritan, unos más que otros, para ser vistos, comprados y consumidos, que sugieren maravillas en su interior y que le dan cara, un rostro individual al producto que contienen y promueven. La caja extrovertida quiere ser persona, personalidad única. Esto no depende de su interior, sino de su puro exterior. Así como lo valioso se oculta, lo genérico se proclama individual. Productos hechos en serie, indistinguibles unos de otros, dependen de un sello distintivo: la marca. Esta firma distingue lo indiferenciable: Pellegrin, Bonafont, Perrier, Evian; cada una de las aguas reclama su personalidad única y se vende como cosecha de vino. Sony, Sanyo, Zonda, Toshiba, Panasonic, LG; nombres distintos en cajas o armazones de entrañas electrónicas incomprensibles para el consumidor a excepción del nombre de pila, sencillo y pegajoso: VW, BMW, GM, MG. Cartier, Yves Klein u Oscar de la Renta pueden haber sido manufacturados en Tailandia o China; lo importante es que sean marcas de prestigio que, como a los amigos, conocemos por su nombre. El producto y su procedencia importan menos que su nombre y nuestra familiaridad con él. La caja o el paquete le da al producto que contiene la cara que lo individualiza; la marca le da nombre a esa cara y lo personaliza. En el mundo de producción en serie construimos el mito del producto individualizado mediante la caja de marca, a la manera de un rostro con nombre. Así como la cara revela a la persona, así la caja personalizada, firmada, nos garantiza la familiaridad con el producto que contiene.

La caja más introvertida es la caja negra, cerrada para abrirse sólo después de un desastre. Su hermetismo garantiza la seguridad de su valiosa información. Al otro extremo, la caja más extrovertida es la caja idiota, apelativo coloquial y tendencioso para el invento más característico de la sociedad contemporánea. La televisión es pura superficie. Su interior es incomprensible. Es como una caja de espejos que reflejara a todo el mundo en su exterior: tiene una superficie reflejante pero lo que refleja viene de lejos; es receptora de reflejos de otras partes, y su superficie los reestructura y los re-presenta. Todo superficie y nada interioridad, esta caja se convierte en el vórtice de todos los reflejos de la sociedad. Si la caja negra guarda celosamente su información, la caja televisiva la capta, proyecta y recircula, como el punto de reunión más fuerte de la era de la información. El eje vivencial, “axis mundi” que fuera la chimenea en los hogares de antaño, lo ocupa ahora la televisión.

Y de la caja idiota a la caja inteligente e interactiva de la computadora no hay más que un paso. De hecho, desde su nacimiento la televisión tuvo como herencia y vocación la libertad de elección, y por lo tanto, los comienzos de la interactividad. Los primeros televisores tenían un control de canales circular, una perilla giratoria que permitía elegir entre trece canales (por qué trece, no lo sé). Una televisión sin opciones sería la pesadilla Orwelliana del Big Brother, cuya cara domina todas las pantallas, se convierte en una imposición y, finalmente, en una intromisión. La vocación última de la televisión se cumple en la computadora, donde se reúnen toda la información, todas las opciones, todos los lenguajes. La caja idiota deriva en la inteligente, y en esta metamorfosis pierde incluso su aspecto de caja y adquiere el de espejo encantado. Este espejo lo sabe todo, lo dice todo, lo muestra todo. Pero a diferencia del espejo, la pantalla del monitor muestra la información para decidir si se guarda para reenviarse, se registra para difundirse, se generapara que viva en la caja de todas las cajas, el contenedor de todos los contenidos, la omniabarcante, omnipresente World Wide Web, la red acéntrica y acéfala que envuelve el universo de la información actual.

La metamorfosis de la caja idiota en inteligente nos ha revelado la dimensión mitológica de la caja mágica que no es ni sólo Pandora ni totalmente Panacea, sino –como la vida misma–, un río revuelto y vigoroso en cuya corriente nos podemos ahogar o salvar. La caja de Pandora contenía todo lo malo, y el cuerno de la abundancia la Panacea de todo lo bueno y fértil. Los griegos imaginaron el bien y el mal, cada uno circunscrito dentro de una caja; en cuanto mero recipiente, el contenedor guarda pasivamente el contenido, pero también lo guarda activamente, como fuerza contenedora que evita su propagación y su desordenado derramamiento. A Pandora hay que saber mantenerla cerrada mediante un ejercicio de contención de la curiosidad, mientras que al cuerno de la abundancia, como a la lámpara de Aladino, hay que saber abrirlos y saber también qué pedir. En ambos casos el peligro es el mismo: la tentación desordenada que da pié al exceso. El peligro en la era de la información sigue siendo el exceso: en este diluvio se ahogan los curiosos y los ávidos, descendientes de Pandora y Midas, y se salvan los que se contienen: la caja como modelo de virtud; el decoro que mantiene la forma, porque la forma, (“lo formoso”) es fondo.

La teoría de las copias, según Platón, podría verse, desde la metáfora de la caja, como un universo de Matrioshkas, las muñequitas rusas que caben una adentro de la otra. Contenedor de contenedor de contenedor, donde cada uno es contenido de contenido de contenido. Como decía más arriba, cuando el contenedor se convierte en contenido, el medio se transforma en mensaje. Todo se vuelve información, y toda información requiere entregarse en un paquete. Información sin paquete se la lleva el viento. Eso es la cámara obscura sin los químicos fotosensibles para registrar la imagen, o sin el pintor que haga un cuadro con ella. Eso son las imágenes que surcan la superficie de un espejo y desaparecen sin dejar huella, como las sombras proyectadas en la caverna platónica. Todo es información para la mente, pero nada se registra si no viene en un paquete, como un Gestalt visual, como el sonido en la palabra, como la palabra con sentido. A la información hay que ponerla en una carpeta, en un archivo, en una caja para que tenga sentido y sirva. Una vez formado, todo paquete de información entra en la cadena del universo Matrioshka. Para el escalafón inmediato superior, el paquete es información, mientras que para el inmediato inferior la información es paquete. El contenedor es contenido y el contenido contenedor dentro de esta cadena universal de la información, del Geist según Hegel, o de lo divino según Robert Fludd y la tradición esotérico cristiana.

Según la versión platónica, la teoría de las copias es una escalera descendente con ese solo sentido: las copias se multiplican y empobrecen conforme se van alejando del punto de origen, el Topos Uranos, donde residen los originales o moldes de los objetos, cosas y seres que pueblan nuestra realidad. Acá abajo, o acá adentro, si hablamos de la caverna, estamos sujetos a la intermediación de nuestro aparato perceptivo, de la retina y la cámara interna del ojo, de la subjetividad y el punto de vista propio, de nuestra perspectiva en el tiempo y el espacio, de nuestras representaciones mentales y gráficas, de la tecnología y de las ideologías que nos dominan. Todo esto es a la vez cristales que transparentan, y lentes que distorsionan y se interponen entre nosotros y el original. Ante el caleidoscopio de lo real, la filosofía tiene la tarea de ayudarnos a recuperar las unidades que subyacen en lo múltiple, para así poder ascender la escalera del conocimiento mediante la recuperación de la memoria, (anamnesis) y el ejercicio de la razón. A partir de lo particular debemos concebir lo general, de las partes, imaginar “los todos” a los que pertenecen, y de la belleza particular alcanzar la contemplación de la forma absoluta de la belleza. La lección que Diotima de Mantineia le da a Sócrates es que no sólo mediante la razón podemos acceder a lo general desde lo particular; también podemos hacerlo a través de la contemplación de lo bello. “ Aquel que al ascender bajo la influencia del verdadero amor comienza a percibir la belleza, no esta lejos del final. Y el verdadero orden de proceder, o de ser guiado por otro, a las cosas del amor, es comenzar con las bellezas de la tierra y ascender hacia arriba en aras de aquella otra belleza, usando éstas sólo como escalones, y de uno ir a dos, y de dos a todas las formas bellas, y de las formas bellas a las prácticas bellas, y de éstas a las nociones bellas, hasta que de las nociones bellas llegue a la idea de la belleza absoluta, hasta que al final sepa lo que es la esencia de la belleza.”[1] El ascenso del Eros hacia la contemplación de la forma absoluta del amor es el trayecto que todo ser racional debe recorrer en la teoría del conocimiento; contraponiéndose al descenso o pérdida de claridad, calidad e información que implica el proceso de copiado, se encuentra la construcción o armado que completa las partes, llena los huecos e imagina el todo donde sólo hay pistas, indicios, datos desarreglados. Puesto que éste es el destino del hombre racional, su sombra o alter ego, las copias, son castigadas como el camino falso y la dirección equivocada. Un grabado de Robert Fludd muestra estos dos caminos, el descendiente y el ascendente; la involución de Dios a la materia, y la evolución de la materia en vida, conciencia, inteligencia, espíritu, de regreso a Dios.



[1] Platón, Simposio, 211, traducción de B. Jowett al inglés, mi traducción al español. Random House, New York 1937

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