octubre 06, 2010

MODELOS

Modelos

Traductor de la luz

El ojo traduce también al pensamiento

En el punto de encuentro

De las dos traducciones

Se interrumpe un abismo

Y se inaugura otro

También los abismos se traducen entre sí,

Como si fueran ojos todavía más abiertos

Roberto Juarroz, Decimotercera poesía vertical

El pintor y su modelo son una imagen esencial a la historia del arte. De Tiziano a Picasso, de Rafael a Gaugin la pintura es inconcebible sin la relación del pintor con su modelo. Cuando abre la Academia del Diseño en Florencia a mediados del 1500 el currículum se funda en la pintura a partir de modelos vivos así como de reproducciones en yeso de obras griegas. Desde el Quattrocento la pintura voltea hacia fuera para representar al mundo que esta más allá del taller y de sus tradiciones, y para hacerlo necesita de modelos: el cuerpo desnudo de una persona, el molde en yeso de una escultura o un grupo de objetos cotidianos son motivos suficientes para echar a andar el motor de la pintura. Los griegos tenían una historia sobre el poderío del modelo: Pygmalión, un escultor que al plasmar en piedra su ideal de mujer se enamora de la obra terminada. Pygmalión primero concibe una idea de la mujer que quiere representar, esa idea le sirve de modelo para la obra que va a realizar. Una vez hecha la escultura en mármol ésta cumple a la perfección su idea de lo que la mujer debiera ser; ante su mujer ideal hecha realidad, aunque sea en piedra, no puede evitar enamorarse. Afrodita, la diosa del amor le cumple sus deseos y le infunde vida a la imagen en piedra. Aquí se cumple totalmente el periplo del modelo: comienza como un modelo mental, después adquiere realidad en la obra escultórica y ésta, a su vez sirve de modelo para la mujer que desea el artista. Lo que ilustra esta historia es el poder de atracción de los modelos; el modelo ideal pide su realización material, y la obra artística convertida en modelo parece exigir su encarnación viva. El primer paso lo logra el artista, el segundo una diosa, pero en ambos de lo que se trata es de cruzar el abismo entre la imaginación y la realidad. La aspiración de todo artista, realizador, productor o artesano es la poiesis, la transformación de una idea en realidad, y si se puede, en una realidad tan viva como la vida misma. Pygmalión, en Grecia, encarnó el mito de la creación humana que emula la creación divina; en nuestros tiempos hemos tomado otra historia, solo que aquí la transformación no la logra el arte sino la ciencia. Frankenstein, como mito moderno, encarna la misma aspiración creativa; crear es dar vida, y para la mentalidad moderna esto es el territorio de la tecnología. Pero como el resultado es obra de los hombres y no producto de una intervención divina la reacción que suscita no es el enamoramiento de Pygmalión, sino el miedo al engendro monstruoso y al poderío descaminado de la ciencia.

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