noviembre 21, 2008

TEORIA DE LAS COPIAS -PARTE I-

UN SALUDO A TODOS LOS LECTORES DE ESTE BLOG!!

Hoy comienza el posteo de un texto muy esperado: Teoría de las Copias. Debido a la longitud del texto original, he decidido publicarlo en tres partes. Hoy se publica la primera parte: Copias


NOTA: Leido en el segundo ciclo de conferencias del departamento de
Filosofía:  Filosofía y Arte, Arte y Filosofía, Universidad Autónoma
del Estado de Morelos.  Viernes 7 de Noviembre, 2008


“El arte imitativo es un inferior que se casa con un inferior y tiene descendencia inferior” 

República X, Platón


I

COPIAS

Alfred North Whitehead solía decir que toda la filosofía occidental no era más que notas al pie de las páginas de Platón. Creo que la filiación va aún más hondo;  lo que Platón nos dice suena a los consejos paternales que a veces tomamos, a veces olvidamos voluntariosamente, o contra los cuales nos rebelamos. Cuando Kart Popper escribe “La sociedad abierta y sus enemigos” critica a Platón por haber sido un padre demasiado autoritario, cuyas rígidas enseñanzas darían lugar con el tiempo a excesos tales como los de Hitler y los de Stalin. La República platónica como antecedente del  Reich, la sociedad sin clases y los Soviets. La sombra del sabio griego y su maestro sigue proyectándose sobre nuestras discusiones en tonrno a los excesos y las limitaciones de las repúblicas reales. En este ensayo quiero referirme a un aspecto fundamental de nuestro tiempo, predicho por Platón en la República X. Me refiero a lo que aquí llamaré “la teoría de las copias” y a la crítica a la ubicua presencia de toda clase de imágenes en la sociedad contemporánea. Cuando Sócrates le pregunta retóricamente a Glaucón si es concebible que alguien capaz de hacer un original se conforme con copiar, critica a los hombres por preferir el sustituto al original, la sombra al objeto y el mundo de las apariencias sensoriales al de las ideas o paradigmas racionales. Platón afirma lo que ve como obvio: que el original es preferible a la copia, la idea a su imperfecta realización, y el objeto a su representación pictórica. Para él la imitación es una forma degradada de  la realidad, así como ésta es una forma diluida y descolorida (o falsamente colorida) del mundo de las ideas, el Topos Uranos.  Hay tres creadores: el primero es Dios, que crea el mundo; el segundo, el  artesano, que crea los objetos que usamos partiendo de lo creado, y el tercero, el artista, quien para Platón es un imitador, que crea una representación o re-creación de lo que el artesano creó a partir de la creación de Dios. La imitación o recreación es claramente una forma menor, derivativa de la Creación, una especie de simulacro de ésta; simulacro o falsa creación que tiene   un defecto básico: el original es uno y sólo puede ser uno mientras que las copias son por necesidad múltiples; “Dios, por elección o por necesidad, hizo una cama y sólo una en la naturaleza; dos o más camas ideales no han sido ni serán jamás hechas por Dios.” [1]  La copia, en cambio, es ya una segunda versión del original, cuya naturaleza es precisamente reproducirse. Dios es uno: modelo o fuente de todo, mientras que el mundo es sus copias: la infinita y variada manifestación de su idea. Multiplicidad que tiene dos lados, por uno la cantidad es necesaria para la manifestación de la idea, para la reproducción y afianzamiento de las especies (“creced y reproduciros”), pero por el otro la cantidad puede alcanzar la locura del exceso, el diluvio que barre con todo, las  plagas que, como las huestes del infierno, revelan la incontinencia delirante de la fertilidad de las copias.

 

El comentario platónico sobre la representación pictórica se ha tomado tradicionalmente como una crítica al ilusionismo del arte griego (Fidias era contemporáneo de Platón), pero es más que esto. El ilusionismo peca porque copia, pero al menos procura crear una representación lo más cercana posible al original, mientras que la crítica platónica es más bien al copiado, al proceso de reproducción de las copias, pues en éste se cuela irremediablemente algo falso; se altera, se distorsiona, se transforma una cosa por otra. Hay al copiar una entropía fundamental que impide que una copia esté a la par de sus antecesoras, de tal manera que el ilusionismo falla no sólo porque crea un simulacro, sino porque crearlo es  un ideal imposible. El mito de Pigmalión encarna esta imposibilidad, pues al final de cuentas  sólo  un  dios creador –y no un mero escultor mortal– puede infundirle vida a la piedra y hacer que la copia  revierta al original.  Las copias obedecen a la ley de la entropía: del original a las copias hay un proceso descendente en el que estas últimas se alejan progresivamente del modelo, y esta distancia es siempre distorsión y falsedad.  Platón  llamó eikasia al mundo de las apariencias que nos apartan de la verdad, y doxa a la opinión que toma la parte por el todo y confunde el punto de vista personal con la verdad. En ambos casos estamos en el mundo de las copias o las vistas parciales,  subjetivas,  que tomamos no obstante por  reales. Digámoslo de otra forma: el proceso de copiado, de reproducción o representación devela y reproduce inevitablemente determinados aspectos del original, y vela y suprime otros; de aquí que las nuevas generaciones de copias nunca sean iguales a las anteriores. Pero no se trata sólo de las variables que se introducen irremediable y aleatoriamente en el ejercicio de cualquier proceso. La entropía significa aquí un  proceso de degeneración de las características originales y la imposibilidad de  generar  características nuevas.

 

Pongamos un ejemplo: si partimos de un original fotográfico, lo fotocopiamos y después fotocopiamos la copia –y así sucesivamente–, terminaremos con una imagen de una calidad muy inferior a la de la fotografía. Este proceso entrópico implica una pérdida de información y traza una pendiente degenerativa que para revertirse debe aceptar un influjo de energía colateral. Por ejemplo, si sometemos las fotocopias a un proceso en photoshop, revertiremos en alguna medida la pérdida de información sufrida; si en la sombra borrosa que vela la figura en la última fotocopia encontramos algo sugerente y partimos de allí para construir una imagen novedosa estaremos también revirtiendo el proceso entrópico con nuestro interés y trabajo. Pero la dialéctica propia de la reproducción de las copias dibuja una pérdida progresiva de información, de estructura, de forma y de sentido.

 

 Este descenso cualitativo fue representado a principios del siglo XVII en los grabados del sabio inglés Robert Fludd, quien traza la gran cadena de los seres en cuyo comienzo está Dios y en cuyo final está la materia inerte, en la tierra, que es el elemento más pesado de los cuatro que forman al mundo. Dios, el Uno, a quien podemos concebir como una esfera: el está en todas partes y la circunferencia en ninguno; espíritu completo, creador que antes de la creación es ya uno en sí mismo, sin  necesidad de su creación para ser el que es, y sin embargo paso a paso se va desplegando, desempacando inexplicablemente en ella, como si copiara su propia naturaleza una y otra vez hasta no quedar casi rastro de su presencia. Primero se desdobla en el artesano universal, el Demiurgo platónico, lugarteniente divino que toma  la labor de la creación como su tarea. Si Dios es el “0” inicial, y el Demiurgo es el “1”, la primera de las copias, la más cercana al original, ya con ellos existe la pareja binaria “01” con la que se puede representar, copiar toda la creación en un baile ilusionista donde cada paso será una copia más de las copias anteriores. A mayor distancia del original divino mayor será la espesura material y mayor también  el número de las copias. Del original divino (Dios y Demiurgo) se desprenden las primeras copias: Serafines, Querubines, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades, Virtudes, Arcángeles, Ángeles, Primum mobile o primer motor, la esfera de las estrellas, Saturno, Júpiter, Marte, Sol, Venus, Mercurio, Luna, Fuego, Aire, Agua y Tierra como el último escalón de la “involución” de Dios en la materia. La creación es vista como un proceso de copiado en que Dios se va representando; cada copia de las copias anteriores se encuentra más alejada del original: llega un momento en  que se torna difícil reconocer su procedencia. Esto ha sido expresado como la Caída, la pérdida de la gracia, la tentación del demonio que se pierde en lo múltiple y se olvida del Uno, el único Dios, oscurecido por capa tras capa de cristales cuya transparencia se va perdiendo en un espesor infinito. La primera copia transparenta perfectamente el original, la segunda menos, en la tercera ya se nota la presencia del medio vidrioso, y así sucesivamente hasta formarse un muro de cristales impenetrable al ojo; lo que es individualmente transparente se vuelve, en lo múltiple, opaco, oscuro, borroso. Por eso aquí vemos como a través de un cristal oscuro, mientras que allá, cuando estemos frente al Creador, vemos cara a cara, sin intermediarios.

 

Cristales, espejos y cuadros han sido, desde el comentario de Platón en la República X, las metáforas de la copia ilusionista, de la representación como simulacro de lo real. Sócrates le dice a Glaucón que al mover un espejo en varias direcciones, éste puede reproducir una buena parte de la realidad, lo que no tiene, no obstante, nada de loable. Hoy hacemos lo mismo con una cámara de video. Los espejos reflejan  el mundo pero no lo guardan, sus ilusiones son fugaces. La memoria representa el mundo de la misma manera que el espejo lo refleja, pero toda representación es igual de evanescente si la memoria no da el siguiente paso y lo registra, lo traslada a un archivo visual. Esto era lo que le sucedía en la cámara obscura y la cámara lúcida que usaban los pintores hasta que los químicos fotosensibles permitieron, literalmente, “capturar” la imagen en un registro foto-gráfico, esto es, de luz dibujada, representada sobre una superficie. La pintura logró esta hazaña antes que nadie; en lugar de químicos fotosensibles el pintor usaba la memoria y la técnica del oficio para registrar lo que la lente del ojo, en la cámara de la mente, captaba de la realidad.  Hoy en día la tecnología digital ha sustituido el registro químico de la luz por el de la computación, unificando los lenguajes  visual, auditivo y simbólico en uno solo, hecho de bytes digitales. Gracias a esta nueva lengua universal, esperanto al que traducimos toda la realidad, hemos podido facilitar la traducción, traslación y transformación del mundo en lo que hoy ya llamamos la era de la “información”.  Esta palabra ha adquirido un nuevo sentido: información ya no es sólo el contenido de un mensaje o el sentido de unas palabras; el término ha adquirido una magia incluyente: todo es información, todo puede traducirse en información, la realidad en sí es información. Si McLuhan decía que el medio es el mensaje es porque no sólo el contenido es mensaje, también lo es el contenedor.



[1] Platón, República X, 597,  traducción al inglés de B. Jowett; mi traducción al español. Random House, New Cork, 1937.

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